Mis muerte.


Alison viste siempre de negro, tiene los labios azules, el cabello largo y sus uñas me causan escalofríos,  la conozco de antes y  de inmediato quedé enredada en sus miradas. Estaba en el hospital, le gustaba sentarse a escuchar cómo la gente perdía las esperanzas de vida en sus seres queridos. Eso la alimentaba, la caída de los demás la hacía sentir viva y por eso siempre estaba sonriendo en cuidados intensivos.

Acostada en una camilla con los ojos cerrados y una  respiración forzada (recordé tu  adiós, cuando yo estaba más arriba que nunca y me dijiste que te ibas, que ya no te gustaba el vuelo conmigo  y que ahora amabas a alguien más. Cuando mi vida se dividió en un antes y un después de ti. Ese día también vi a Ali, junto con mis cigarros y mis botellas de alcohol. Cuando sentía morir lentamente y las agujas de mi reloj se detenían.)

Los médicos no me veían esperanza, Ali llego a la  habitación donde yo estaba internada,  al verla de pie frente a la  ventana quedé inmóvil, pálida,  me preguntó cuántos días más querría permanecer tras esa ventana, yo le respondí que ni uno más. Ali se fue sin mencionar una palabra, en ese momento volví a sentir aquella sensación de desgarre, de vacío, de una soledad e inundación simultaneas que me hacían convertir en pequeñas lagrimas cayendo por diferentes pómulos. De nuevo sentí morir lentamente y las maquinas estaban dejando de funcionar. 
Entonces entendí que el día que te fuiste, me mataste,  me vi morir y aquella mujer ya no era Ali, era mi propia muerte. Una muerte pura, real, donde mi cuerpo se pudre bajo tierra y mi alma quiere huir lo más pronto posible. 

P. de Lunas. 

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