UNA TARDE CON LA SEÑORITA GINEBRA.
No necesitábamos más que esta burbuja llena de mujeres con
las mismas miradas rojas para volar, el calor era agobiante y mis manos
sudaban confundiéndose con el mar que
palpitaba a pocos kilómetros, el aroma de una fotografía a su lado era
contundente para inmortalizar el humo que nos acompañaba, mientras mi mente
cambiaba de color de manera exagerada cada vez que veía las personas del tamaño de un grano de café.
En ese momento agarre su mano y le quite el cigarro que con ansias sostenía y
de manera sumisa me deje llevar por un
áspero viento.
El mismo calor del principio continuaba. Por primera vez la
señorita ginebra le dolía la cabeza y quería marcharse, pero no podía quedarme y dejarla ir sola a tomar el autobús aunque quisiera seguir
reflexionando sobre la manera sutil con
que me hacen sufrir todos los días, de que estaba cansado del
mundo y de las máscaras que utilizo a
cada momento que ya olvide siquiera como soy cuando no las tengo.
Sin preámbulo la señorita ginebra tomo sus pertenecías y se
atrevió a cruzar la calle repitiendo sucesivamente su típica frase "no me pertenezco" , "no me
pertenezco", "no me pertenezco"... Y
preciso en ese momento me
preguntaba porque la seguía llamando "señorita" si ya estaba enterado de todas sus fechorías
y posiciones en la cama. La carretera estaba sola por lo no fue difícil alcanzarla además ella no sabe vivir sin mi o por lo
menos eso da a entender. Contando sus monedas con el mismo desespero se
despidió con un beso en la mejilla diciendo que si nos encontramos otro día ella sería feliz y yo le
prometí hacerla más feliz, que comeríamos pizza y la acompañaremos con cerveza
en la calle larga, nos sentaremos al final del sendero a reírnos de la gente seria, hablaremos del apestoso
mundo y encontraremos un lugar con
baño, no debe faltar el dinero para el taxi para que nos pueda
coger la noche y ser feliz porque nos
dará igual todo (...) Espero poder cumplir la promesa, mi cuerpo la espera como
mi boca a un cigarro.
Checo.
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