MONÓLOGOS DE INSOMNIO
Angélica
¿Por qué amanece lento? El sueño está dormido en la gaveta junto con mis
pastillas, no quiero despertarlo. Si sabe que estoy aquí saldrá a buscarme y no
quiero.
Oigo los pasos cuidadosos de mi madre. Va y vuelve como tratando de
saber si ya apagué la luz, si ya soy un ángel, si las horas me vencieron; si
estoy viva.
Ha pasado mucho desde que la oí respirar cansada desde la otra
habitación. Y yo sigo dando vueltas en mi cama y viendo el techo.
En la mitad de mi cuarto hay una viga, me gusta su forma horizontal y esa figura
me inspira, porque es hermosa. De allí podrían quedar colgadas mis
pesadillas y todos esos ímpetus de frustración y rabia que llegan de noche.
Mamá.
Estas últimas noches he sentido que mi hija ya no hace tanto ruido, que
ya no ha vuelto a dejar la puerta entre abierta, seguramente está esforzándose
para poder dormir. Creo que ayer no se tomó el medicamento; me rompe el corazón verla así. Quisiera
prestarle mi vejez, de pronto así se cansa más rápido y deja de dar tantas
vueltas como esas mariposas ciegas que revolotean en la luz. A veces creo que
su mente está en otro lado. En algunas ocasiones la he visto mirar hacia el
techo con una sonrisa corta, como si estuviera hipnotizada. Ella no nota mi
presencia. Yo procuro ir despacio y
descalza para no hacerle ruido.
De tanto esperar el sueño de mi hija yo tampoco he dormido, llevo
casi tres días en vela. Hay veces en que me asomo a su cuarto y la veo tumbada
sobre su mesita de noche, con ese montón de papeles, pero no mueve la mano;
ella dice que escribe, pero no la veo mover la mano. Seguramente está leyendo.
Angélica
Mi madre otra vez me espía. Le hago creer que sí duermo para que se vaya
a la cama de una vez. Odio que se quede despierta por mi culpa. Si ya no me
tiene pegada a su barriga, si ya lo único que nos une es esta marca que tengo
en la mitad de mi abdomen, lo que me hace recordar que alguna vez me bebí su sangre. Cree que con
quitarse las chancletas y caminar despacio yo
no voy a oírla. No sabe que desde que sufro este insomnio puedo oír las
hormigas morder el pasto al otro lado de la calle y escuchar los parloteos de
la loca que dice que San Fernando no es un barrio sino el infierno en la
tierra, porque el piso le quema los pies. La oigo repetir eso todos los
días, aunque su casa queda a ocho
cuadras de la mía.
No sé, es raro, pero creo que se me ha despertado un cierto tipo de
sentido extra. A veces me acerco mucho a la ventana de mi cuarto y escucho
gemidos sexuales que vienen de las otras casas. Ya no me he vuelto a masturbar,
antes lo hacía oyendo esos gemidos, pero el ejercicio del sexo sin amor es
aburrido, o más bien creo que una sola
actividad, en mis eternos días, es muy poca cosa para aguantar, entonces me
aferro a escribir. Pero desde hace días que ya no me sale nada bueno.
Esta noche es la más larga de todas, ya me leí todo lo que hay en mi
cuarto, hasta los poemas que me dedicó un amigo; son tan absurdos. Dice que me ama pero no le gusta mirarme y
cuando lo miro siempre aparta la vista. Yo no quiero ese sentimiento, el amor
me desconcierta. No me gusta sentir.
A veces quisiera que el bus que tomo para ir a la universidad, se callera del puente de manga y me hundiera de
cabeza en la bahía para no volver a sentir y
desaparecer en las sucias y quietas aguas que me miran pasar. Y comerme
la agonía de una vez y para siempre, sin el goteo incesante de mis días.
Mamá
Ya mi hija está mejor, parece que ayer durmió. La vi quieta y la
respiración se le escuchaba; debe estar cansada por la universidad. Hoy se
levantó, desayunó y me dijo que ya no me preocupara más, que se iba a tomar las
pastillas. Parece un angelito. Creo que al fin entendió lo mucho que me cuestan
esos medicamentos, las consultas y todo lo que sufro al verla cómo se pone. Hoy
sí me dormiré tranquila, creo que ya no le hace falta que haga esas rondas nocturnas. AL menos por
ahora.
Angélica
No he escrito nada, son las tres de la madrugada, no quiero pensar más.
Afuera el mundo se adormece en sus sueños y yo sigo aquí, con los ojos
abiertos en la casi total oscuridad, pendiente de una vela y un papel. Calíope,
Erato y Urania, llegan a mí con la ternura de un niño y la fuerza de un toro.
En la mesa reposa el poema que acabo de escribir, creo que ha sido el último,
el mejor, el que me hará inmortal: se me acaba de ocurrir este poema: “Ya sé por qué estoy despierta, ya sé por qué
no duermo más, ya sé por qué ya no soy
yo. Ya sé por qué no miro más la viga, sino que cuelgo de ella
estrepitosamente, amoratada y difunta, en el hedor de mi carne. Ya no harán
falta tus rondas nocturnas. Madre, ya no
me busques más. ¡Volví a tener alas!”
Ramiro
Hace días que volví a caer en este insomnio obligado. Juana se retuerce
a menudo en su lado de la cama y he
decidido dormir en la sala para que esté tranquila. A veces creo que es mejor
que duerma sola para que no esté
disimulando el dolor y sufra a su gusto, aunque bueno, para mí es una excusa,
así puedo quedarme mirando por la ventana a mi vecina.
Juana mueve algunas sillas en el
cuarto, son casi las tres de la mañana. En frente se ve la ventana de vidrio
que airea el cuarto de mi vecina. Debe sufrir algún tipo de enfermedad porque
siempre esta despierta. A la hora que me levanto, salvo algunas pocas veces,
siempre la veo cruzar de un lado a otro como fantasma a través del cristal; hasta que me canso de mirarla o
hasta que apaga la luz pero se queda despierta, lo sé porque la siento, y creo
que deja una vela encendida.
Su figura escuálida de pelo corto
asemeja una virilidad medio forzada, creo que aun va al colegio, no lo sé. Apenas llevo 15 días en este apartamento.
Odio a mi mujer, la odio por que la amo tanto que no puedo dejarla,
cuando está en sus crisis la odio más; aún más, cuando me toca sostenerle la
cabeza frente a la bacinica para que vomite o alivie sus diarreas. Siempre,
creo que desde que me enamoré de ella la odio. La odiaré más cuando me deje y
se vaya; sé que va a ocurrir pronto, porque aunque le cortaron el seno no
mejoró, y el tratamiento ha seguido. La odio más al punto de querer matarla
sobre todo cuando vamos a la clínica y me toca esperar a que la atiendan. Casi
no acaban esos tratamientos. El médico me dijo que le faltan unos pocos pero yo
sé que no sirven más que para atormentar sus últimos días.
Es una desgracia no poder irme de aquí, pero ahora creo que me enamoré
de la loca esa que no duerme, mi vecina de enfrente.
Estoy cansado, me duele la espalda, volví a perder el trabajo porque
gasto mucho tiempo en la enfermedad de mi mujer y falto a mis labores.
Realmente quiero que se muera, quiero que esté tranquila. SÍ, quizá suene algo
duro, pero yo tengo que vivir, tengo 26 años; no es justo que me desgaste de
esta manera. Parezco un viejo, hasta tengo mal aliento. Pero no puedo dejarla, ¿Qué van a decir de
mí? Que la abandoné cuando estaba en las malas, que soy un cobarde. Estoy
cansado de todo esto; no tengo sexo, no voy al cine, no duermo, siento que ya
estoy enterrado vivo. Pero lo peor es que no haré nada para cambiar esto.
Quizás mañana compre un veneno para ratas y se lo dé a beber en el jugo del
desayuno. No sé.
Juana
En una de mis tardes de deliro,
en donde el dolor se va y parece que no tengo nada, que estoy como
antes, me siento en la sala a escribirle
otra carta, de esas de amor idealizado
que me salen siempre. Pero la persona a quien las escribo hace tiempo se olvidó
de mí, hace tiempos que ya no piensa en mí.
Mi esposo una vez leyó una y creyó que era para él porque hizo un gesto
de desagrado y por poco hace que mis cartas terminaran en el cesto de la
basura. Él piensa que si me deja sola me voy a morir más rápido y va a quedarse
con esa deuda a la vida, y como es un maldito cobarde, no deja de intentar
cuidarme, pero siempre con la torpeza de un niño tratando de cuidar un juguete. A veces quisiera salir corriendo
de aquí y gritarle antes en la cara lo aburrida que estoy de él, que me aburre
y me desespera el sólo hecho de tener que convivir con él, pero me da lástima
que se queda ahí, esperando mientras se me pasan los dolores, o hasta que el
vómito se va.
A pesar de que el médico me da esperanzas de vida, he decidido que
quiero morirme y la verdad no sé cómo hacer para quitarme la vida. Resulta a
veces una total locura cuando me paso ratos sentada en el computador buscado
las muchas maneras que existen para quitarse la vida. La más rápida, la más
eficaz, sin dolor ni angustias. Pero no creo ser capaz de hacerlo.
Angélica
¡Otra carta más! Confronté al mensajero, pero parece que le pagan demasiado
o su moral no le permite revelar la verdad de esas letras tristes que me revelan el amor que alguien
siente por mí, pero, la gran pregunta: ¿Quién es?
Qué tontería. La próxima carta que reciba la botaré sin leerla, es más
la romperé frente al tonto que me las entrega, así entenderá el mensaje.
Ramiro
¡Qué mierda! Dos mil pesos y mi vida se arregla, total. Eso lo venden en
cualquier tienda, ni siquiera tengo que mencionar para que lo quiero, todo el
mundo tiene plagas en su casa.
Son las tres de la madrugada, ojalá
amanezca rápido para ver si salgo de esto, Dios mío, ya me tiemblan las
manos y aun ni lo he comprado.
Juana
Llevo 15 días en esta casa, pero fue aquí donde crecí, luego me fui, y al
morir mis padres regresé. Recuerdo el jardín de la casa de en frente y las ventanas siempre abiertas. Este
barrio es tan quieto que lo único que escuchaba a veces era el latir de mi
corazón, cuando veía al amor de mi vida, bueno, uno se enamora una sola vez y para
siempre aunque después tenga muchos amores. Lo que digo es un disparate. Jamás
me correspondieron.
La última sesión gracias a Dios, ojala y mi marido no esté furioso,
porque hoy esperó más de la cuenta y porque le vomite los zapatos. No sé si
llorar o acostarme a dormir, ya es muy tarde.
Mamá
El vecino de en frente siempre se ve nervioso, corre de un lado a otro y a veces no duerme.
Hoy al en la madrugada como a las 6 ya estaba de pie y saliendo, volvió con
bolsas, de comida, es tan entregado a su esposa enferma, ojalá y mi marido
hubiera sido así, cuando éramos jóvenes.
En esta calle parece que la gente sufriera de falta de sueño, tal vez
debería mudarme para ver si mi hija por fin se cura de eso.
Hoy me di cuenta que amontonó todas las pastillas en un vaso. No sé qué
piensa hacer, pero mejor y se las dejo ahí, si se las cambio de lugar, seguro
se molesta conmigo.
Angélica
Ayer desperté en el hospital,
parece que tome más pastillas de la cuenta. Quizás ya estoy muerta y no lo sé.
Llegué a un cuarto. Una especie de salita donde algunas personas deambulaban o
se sentaban con sus oxígenos portátiles. En la ventana había una luz brillante
que iluminaba todo. Afuera el día estaba radiante; hasta me dieron ganas de salir a caminar
porque no se sentía calor y no se oían
los ruidos normales que siempre vienen
de la calle.
En ese lugar conocí a una mujer,
bueno en verdad es mi vecina Juana, pero nunca jamás había hablado con ella. Me
miró y sonrió. Por primera vez sentí una pequeña punzada abajito del pecho.
Hablamos por horas y me recitó de memoria varios poemas. Es increíble
como uno se pierde de tantas cosas por estar viendo para otros lados. Eran los
poemas que me habían mandado durante años. Su mano hacía figuritas en el aire
mientras hablaba, como dando un discurso. Por primera vez sentí una infinita
calma. Noté que sus ojos tenían unas ojeras marcadas de insomnio, como las
mías. Empecé a sentir una pesadez en el
cuerpo, una somnolencia que no dolía. Me recosté en sus piernas mientras ella
me acariciaba el pelo tiernamente. Perdí todos mis poderes, las voces lejanas
que siempre oía se alejaron rápidamente y le pregunte:
-¿Estas muerta? ¿Estamos muertas? Ella me miró fijamente y me dijo:
Sí el veneno que planeó darme mi esposo hizo su efecto, sí. Pero te
siento tan real que no creo que esté alucinando o algo por el estilo. Quizás no
estamos muertas.
HELENA DE LA VEGA
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