Mi pequeña sonrisa.

No puedo entender cuando tienes tus días tristes, ni tus malos humores,  ni tu forma de ver agua y querer ahogarte en ella. No puedo saber en que carajos piensas cuando no quieres salir de cama y las lágrimas te  inundan los ojos. No tengo el valor de preguntar por los rotos de tus ropas, por el desorden de tus cabellos, ni el olor de tus sabanas cuando no puedes dormir.

Pero  puedo decirte que tienes ojos de océano y manos de mapas, que eres una perdida sin salida y tus labios un país enamorado. Que me encantan tus dudas, tus miedos y tus ganas. Que soy feliz deslizándome en el suave de tu piel y el largo de tus piernas. Que me gusta estar a tu lado cuando callas escuchando tus silencios.

Mis palabras son un intento vago de volver a ver los hoyuelos que crecen en tus mejillas cuando sonríes, de la forma que toma tu barbilla y el ruido de tu risa. Que ojala sirvan para levantarte los sueños y  secarte de la lluvia.

Anímate pequeña, eres suerte y verso, humo y fiera, razón y locura. Neruda y Sabina siempre hablan de ti. ¿Cómo alguien con esas características pude dejar de sonreír cuando se mira en el espejo?
Que para verte feliz me convertiría  en las figuritas locas de tus uñas, en tu labial de cada mes, en tus montones de bolsos e incluso en tus palabras hirientes. Qué más da morir ahora si he vivido en tu libertad llegando al cielo después de tu ombligo. Por eso sigo aquí, intentando ser pañuelo y almohada, servirte de sombra y chocolates.

No es fácil, pero después de haberte conquistado y hacer de tus lunares universos infinitos,  ya nada se me vuelve imposible. Y  aunque mis ojos no te vean leerme,  conozco tus ternuras a través de las pantallas.  

Por besarte las sonrisas esto y mucho más. Mi Pequeña. 


Priscila de Lunas. 

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