Una noche lisérgica.

No es obsesión, ni capricho, ni un simple gusto o  bueno, al menos yo no lo llamaría de esa forma, simplemente es mi  habitual recinto, mi ritual de intimidad,  donde tengo  mis mejores vuelos sobre sabanas rojas y tablas que flotan. Con letras dando vueltas por las paredes y ese olor…  me gusta su olor a hierba buena y un poco de canela.

Al entrar es amargo.   

Hay una cama que no puede ser otra cosa que mágica, se abre por la mitad pero no deja que caigas, a veces deja de ser  cama  y se convierte en  canoa, en cohete, en un  LP de los Beatles e incluso otras a veces en  fuego. Las almohadas se vuelven incomodas a la hora de ver las estrellas cambiarse de color, los juegos artificiales hacerse figuritas al caer y la luz que irradia bajo mi cuerpo dando forma a la sombra de un gato.

Su cola cae y se mueve de un lado a otro,  tan lento que puedo sentirme ahogada en  sus pelos hechos ondas provocadas por mis movimientos, como si yo los controlara… y ni al abrir los ojos poder hallarme en la realidad, todo se distorsiona, las cortinas cobran vida y quieren llevarte a ver el vacío, a descubrir que hay detrás de la ventana y llenar el cuarto de humo, un humito azul, ligero, ese que  hace reír y volar por todas partes  sin poner un pie en el piso.

Está solo arriba y  Llueve muy duro,  nada se derrumbaba,  solo ella. Sus cabellos me tientan cuando se convierten en corrientes de aguas  pesadas y yo soy esa piedra que se inunda y se golpea con cada riso hecho  cascada. Cuando no hay fuente,  un cúmulo de mariposas se posa   sobre mi cuerpo desnudo y si me muevo alguna me dejaría descubierta.

Se escucha un ruido, la gente aplaude y no sé por qué, creo que es por que las cosas se están levantando  y están tomando diferentes direcciones, mi camiseta se ha descolgado y me  ha amarrado las  manos a la cama mágica, abrió mis piernas y adentro sentía  acariciar un arcoíris,  muy blando, rasposo, y había un botón esperando  ser alcanzado.  Los aplausos se convertían  en su voz, sus dedos se sentían como plumas acariciando mis pies, subía por mis piernas y ahí susurraba mi nombre una y otra vez, yo me hacía agua bajo sangre y ella bebía hasta saciarse. 

Esa noche estábamos dibujadas en las esquinas de un  cuaderno con hojas secas,  y aquellas hojas  se pasaban cada vez más rápido, contando la misma historia repetidas veces. Y esa fuerza… ¡incontrolable!  No deja subir ni estar abajo. Al levantar la cabeza un montón de burbujas se me pegaban,  incrustándose en los ojos que están bajo las sabanas, esos ojos con los que amaneces, seguido te duele el cuerpo y está subiendo el whisky que se sirvió en aquel vaso donde tú eras el hielo. Sube a tu imaginación  y ahí estalla  en forma de música, la puedo saborear, de la boca de gloria hacia la mía.

En aquella habitación y aquella noche era posible comerse a la música, ser de algodón,  pedir besos dentro de esquíes con alas,  soltar cuerdas y enamorarse de locas.

Vigilada por un bebe y una mujer con malla, mi locura se hacía cada vez más pesada, al  ir recordando como llegue hasta ahí  venían imágenes de mucha gente sin rostros, solo masas y ropas  agarradas de tubos y muchas luces disparando hacia mis ojos, eran sus miradas. Del otro lado todo es lento, todo tarda mucho tiempo y hay muchas sombras intentando avanzar, algunas son atropelladas por el señor del gorro café, quien una vez me dijo que subiera aquella loma, pero yo no podía, me  sentía escalando sobre una lengua rosada. 


Al final de aquella loma me esperaba una muchacha, tenía una “cara sonriente” bajo su lengua, subimos escaleras que maullaban hasta la puerta y al llegar, la habitación…  y ese olor…  a hierba buena con un poco de canela.   

P. de Lunas. 

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