Dibujada con tiza.
Me despierto y de inmediato mi boca saborea la nicotina, mis
ojos juegan con la niebla y la luz roja
de mi habitación se convierte en el fondo de mis interminables deseos. Con
silencios que solo el viento rompe y la música que se acurruca en las esquinas
de mis orejas, como queriendo vaciar el costal de los limites mentales.
MI cuerpo bajo la ducha se llena de pequeñas sales dentro de
cada gota de agua: soledad, orgullo, castidad, cada una diciéndome que todo necesita
reemplazarse, que existe la necesidad de no esperar, de no existir, de doler y
que te duela, de mentir y de darse el trago amargo de la verdad, de volar y evaporarse.
Los monstruos que me
persiguen tienen formas de memorias por la noche, son ellos los que se asustan
habitando en mis delirios, son como pequeñas lavas encerradas en las lámparas
de mis pupilas y cuando se deslizan por mí cuerpo, los ojos se me ponen rojos,
se me resecan los labios y mi mente expulsa representaciones imaginarias de un ser
que ama violenta y defectuosamente a una sombra.
El no pertenecer a nada me hace permanecer en mí, sumergirme en mis maniáticas fantasías de irme
sin conocer el camino de vuelta, de no querer ver el segundero dar vueltas en
la pared, de escuchar las risas y los llantos de las ventanas que siempre me
vigilan, de aceptar mi amor por la venganza y ponerles nombres a todos mis vacíos, de acariciar
a mi gato, de extraerme las venas y morir.
P. de Lunas.
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