Azul.

Allí estábamos ella y yo sobre el piso rojo.

Azul se tomaba una cerveza y se fumaba un cigarro. Yo la observaba.
Miraba hacia arriba tarareando su canción favorita y su cabeza se movía al compás de los acordes.

Todo arriba siempre se mantuvo de ese color.

Azul se elevaba sobre un suelo de fuego mientras yo la miraba de manera insistente.
Con mis ojos en su infierno  pude hacer el recorrido de las llamas sobre sus pies, subiendo por su clavícula, sus cabellos, hasta darse la vuelta y terminar en los músculos de sus labios.

Allí estábamos ella y yo sobre el piso rojo.

Azul ya no vivía sobre ardor, en ese momento se elevó tanto que ya no pude alcanzarla.
El caliente del humillo se iba extinguiendo con su humedad, Azul tenía las bragas llenas de su flujo, de mi saliva y había apagado el fuego  con su regazo hasta quedar en total evidencia.

Azul se hizo fuego sobre mi mirada de ocio y se hacía  agua sobre el cohete que aprisionaba mi pantalón.

 Todo arriba siempre se mantuvo de ese color.



Priscila de Lunas.

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